jueves, mayo 29, 2008

Breve taxonomía del adiós

Tendemos a recordar a las personas que han pasado por nuestros labios en virtud de lo que fue, o al menos eso suele ser en la mayoría de los casos. Esta sensación suele ser especialmente intensa cuando la soledad congela el lecho o cuando la compañera repite unos pasos de baile, ya de sobra conocidos, ya tristemente aprendidos. El caso es que ,en ocasiones, nos da por mirar atrás y analizar con perspectiva esa fuente de suspiros, o esos agujeros negros en la memoria de nuestra alma, y nos encontramos que el origen de la sonrisa tonta, o del velo que nubla nuestra mirada suele ser algo tan efímero como el último adiós.

La memoria la copa lo vivido, los instantes que dejan su impronta en las diferentes capas de nuestro corazón, la cálida humedad de su sexo que fue bálsamo de todas las pasiones encendidas y refugio de muchas noches en vela, la presión de su cuerpo contra las paredes de espacio compartido y la frontera invisible que delimitaba el más alla del nosotros...Sin embargo, siempre queda un espacio en blanco, una niebla que salta directamente hasta el eterno minuto sin ella; a las conversaciones automáticas; a la aguja que ensarta certeramente nuestra entraña. Lo que media entre un campo y otro es ese adiós y la forma que adopta. Bien es cierto que los finales son siempre y simplemente eso, finales, cierres de ciclo, tapas que se cierran o cualquier eufemismo que se quiera emplear en el diagnóstico, pero lo curioso es que, sorprendentemente, la forma, aqui, importa.

A lo largo de mi vida he probado algún que otro final, quizás he sido el peor de los amantes, el más cobarde de los dos o el más tonto, pero ostento el dudoso gusto de haber sido dejado en muuuuchas más ocasiones de las que yo lo he hecho, y viendo las cosas ahora, con mis treinta y tres años de furia me invita a reflexionar sobre el bouquet del abandono.

Como dice aquel "sin ánimo de ser exhaustivos" realizar una taxonomía de las rupturas es dificil,uno se pierde en los inevitables matices, con lo que como antes dije emplearé el sentido del gusto para clasificarlas de alguna forma. Así tendríamos dulces, ácidas, saladas y amargas.

Comenzando por las dulces, serían aquellas tan raras de encontrar en las que ambos simulan estar de acuerdo y resulta creible durante y después; aquellas en las que la amistad, el respeto; la admiración por la otra persona y el reconocimiento interno de que más allá de la certeza de que no te quiere, en el sentido biblico del término, es tan importante en tu existencia y tan difícil de encontrar algo similar que te prohibes perder esa presencia. Son las menos, duelen mucho o quizás nada(igual es cierto que dos se desenamoran al unísono), y precisan de un periodo de distancia, corta o media, para evitar confusiones. En un enorme porcentaje de los casos, pasado el tiempo alguien falla y extraña...

Las ácidas serían fruto de infidelidades. Poco se puede añadir, quizás que todo se invierte en tu interior, la fortaleza es debilidad, la seguridad es miedo, la certeza-mentira, la vida-muerte...

Las saladas serían las que son el colofón de un sinfin de heridas inflingidas por ambas partes, donde hace tiempo se perdió el manual de reglas y casi todo vale. Son el murmullo incisivo y constante a base de la lectura monotónica del corolario de reproches; del triunfo del error sobre la virtud; la losa del hartazgo vendida en paquetes de a tonelada diaria; La violencia verbal como ventana abierta de lo más oscuro de nosotros mismos; la perdida mas absoluta del horizonte del respeto hacia otra persona envuelta en el mantón del "porque te quiero". Largas; agónicas; prueba de resistencia que se lleva a cabo por no reconocer, en medio de la ceguera de los que se odian, que la única solución es el "hasta nunca" y el "ojala esto no hubiera pasado". Frecuentes, terribles y el mayor veneno del corazón.

Las amargas serían las que no obtienen respuesta a la más sencilla y la vez más compleja de las preguntas: ¿por qué?. Son sinónimo de soledad al instante, son desgarro del alma durante cada eterno segundo que te precipita al abismo de la desesperanza. Resultan ser el mayor de los castigos ya que te empujan a un olvido forzoso y forzado, repleto de dudas y de incógnitas a las que te empeñas en poner finales para poder archivarlas de alguna forma, contradiciendo la anterior,contraviniendo tu espíritu que aún ama. Nadas entre los extremos ahogándote en todo el océano intermedio, a pie entre la idealización de tu mayor espina y el odio prescrito para estos casos por todos los que te ven morir un poco más. Las incognitas que se dejan en el alma son a veces la puerta hacia la locura, y de todas las despedidas ha sido para mi la peor ya que uno de los dos decide un buen día y sin preaviso que no te mereces ni la mirada del adiós, simplemente porque le resulta más cómodo así.

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