Sus pasos se confundieron con los mios en medio de ese caos que todo lo mezcla, que todo lo sume, que todo lo asemeja. Caminantes que se encuentran en el callejón del corazón hambriento de latir dos diástoles más allá del circuito cotidiano, con la única intención, si es que hay alguna, de que todo parezca un accidente.
De aquel recorrido por el parque recuerdo su perfil, el lamento quedo y dulce de su voz más profunda, el ruido de escaparates que se resquebrajan, el susurro de disfraces que se deslizan hasta el suelo dejando al descubierto carne, hueso y secretos amordazados. También el inmenso placer de encontrar el oasis de los raros que jugamos a ser normales, de beber de la fuente de las tiernas verdades infantiles, de las preferencias inconfesables, de las debilidades hechas virtudes, de los pecados compartidos que por ello adquieren el barniz de travesura y sustituyen el "mortal" por el más humano "carnal".
Así crecimos en instantes, robándole minutos a nuestra perpetua labor de vigilantes de lo nuestro, de guardianes de mi hermano, de referentes de un ideal roto. Y mi corazón dicto discursos en su lenguaje oculto, y el suyo respondió sin dilación e introdujo palabras de doble filo entre nuestras ausencias físicas. Todo era breve, fútil y delicado, precioso como todo lo extraordinario y frágil como todo sueño que se precie. Cada segundo era una amenaza para la existencia del siguiente y eso empujaba mis ganas a devorar la fruta prohibida con ansiedad solo controlada en apariencia, mientras bajo las plantas de mis pies ardía el infierno de los amantes funcionando a pleno rendimiento.
Entre poesía, estrofas y canciones perdidas dibujamos un sendero, para mi y supongo que para los que necesariamente nunca estarían compartiendo nuestra mesa, en extremo peligroso. EL mundo mientras se seguía derrumbando, como siempre, a mi alrededor, con la única diferencia de esos momentos compartidos donde el derribo no era más que el complemento circunstancial. Nunca resultó perfecto, ni siquiera considero que lo pretendiésemos, pero si fue demasiado importante como para reconocermelo, bello, espontáneo, necesario, inconcluso... Un buen día la conciencia tocó toque de queda, algo dolía en una de las partes contratantes y casi de mutuo acuerdo enterramos el Grial con su reflejo, a un par de metros bajo tierra, dejando la promesa de unas letras que sirvieran de testimonio a lo vivido, aunque las teclas suenen a prólogo y el deseo lo apellide sinopsis.
Quizás eramos tan iguales que era preceptivo ser distintos o quizás fuéramos tan diferentes que juntos nos parecíamos.
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