Acudieron a mi en tropel los tantos adioses que cada madrugada arroja. Lo hicieron esgrimiendo sus rostros, sus lágrimas, sus incertidumbres, sus porques sin respuesta digna, sus interrogantes, cobardías, enigmas y circunstancias unívocas. Faltó uno, quizás no demasiado relevante para el que suscribe, pero definitivo para buena parte de los manifestantes, se ausentó, como casi siempre, el mio. En esta ocasión es probable que estuviera ocupado colgado en alguna quimera, brindando con nostalgias por el pacto que cierra el cambio de manos de un buen puñado de promesas incumplidas o en la subasta de días inciertos rogando no tener que ser requerido por la más alta instancia. En su descargo mando al Sr. Silencio que vino a sustituir al Sr. Hastaluego, que por enfermedad no pudo esta vez concurrir, "ya se sabe que "tanto va el cántaro a la fuente..." comentó Silencio ante los desconcertados asistentes.
Así con casi todos presentes, comenzó una extraña audiencia en la que poco o nada tenía que contarles, mi vida desde hace tanto que ni me atrevo a pensarlo es una sombra de mis aspiraciones, he cedido a la rutina cobarde que me conduce inexorablemente al naufragio de las ilusiones, y a veces, cuando sueño, acallo el crujido que emana de un alma que no fue forjada para ser una gris figura que sobrevuela las fechas de los almanaques como el que pasaba por ahí. Lo bueno, lo excelente de este sacrificio no solicitado se resume en un nombre y la preciosa presencia de mi tesoro, "mi razón de vida". Y eso es lo que tengo que replicar a la concurrencia, al menos por ahora, por este instante que me empujó a retomar este espacio tantos meses alejado.