miércoles, mayo 26, 2010
viernes, mayo 07, 2010
Entretierras
Llega un día en el que la boca se llena de relatos de otro tiempo, en el que nos vemos como el triste reflejo de lo que queda de esa época en la que todo estaba al alcance de la mano y lo que no, siempre se podría colgar en algún mañana de esos que tan alegremente disponíamos cuando eramos eternos a conciencia.
Llega un momento en el que la mirada se pierde dibujando la linea de contorno del ayer, serpenteando en miles de correcciones que pretenden dar con ese lugar que nos hacía sentir simplemente bien y que hoy es lo más parecido a la felicidad según la cuentan los que la conocen personalmente.
Llega un instante en el que las palabras se ven ahogadas en suspiros y la cabeza se pierde en los recovecos de la memoria, jugando con las nostalgias, prometiendoles a los finales inconclusos un futuro a cambio de matar por unos segundos su rutina.
Llega ese punto en el que nuestro tiempo se detiene y nos deja en un letargo que nos impide ver que somos lo suficientemente jóvenes para que la vida nos sorprenda y lo suficientemente viejos para saber destilar la esencia que en esos ayeres aparecía y se deslizaba entre nuestros confiados dedos porque aún no sabíamos valorar lo extraordinario, porque aún no pensábamos que ese instante que se perdía serviría de alimento para nuestra alma cansada durante ese espacio de entretierras.
Llega un momento en el que la mirada se pierde dibujando la linea de contorno del ayer, serpenteando en miles de correcciones que pretenden dar con ese lugar que nos hacía sentir simplemente bien y que hoy es lo más parecido a la felicidad según la cuentan los que la conocen personalmente.
Llega un instante en el que las palabras se ven ahogadas en suspiros y la cabeza se pierde en los recovecos de la memoria, jugando con las nostalgias, prometiendoles a los finales inconclusos un futuro a cambio de matar por unos segundos su rutina.
Llega ese punto en el que nuestro tiempo se detiene y nos deja en un letargo que nos impide ver que somos lo suficientemente jóvenes para que la vida nos sorprenda y lo suficientemente viejos para saber destilar la esencia que en esos ayeres aparecía y se deslizaba entre nuestros confiados dedos porque aún no sabíamos valorar lo extraordinario, porque aún no pensábamos que ese instante que se perdía serviría de alimento para nuestra alma cansada durante ese espacio de entretierras.
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